-En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán.
Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo.
Aprendan lo que les enseña la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, saben que la primavera está cerca; pues cuando vean ustedes suceder esto, sepan que él está cerca, a la puerta. Les aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.
REFLEXIÓN (de "Enséñame tus caminos - Domingos ciclo B" por José Aldazábal):
La venida del Hijo del hombre
Es ciertamente impresionante el lenguaje con el que Jesús -en el pasaje de hoy y en otros paralelos- describe el final de la historia. Es un lenguaje tomado del género literario "apocalíptico" y "escatológico", con el que tanto los profetas del AT como en general la literatura rabínica de la época describen el futuro y la llegada del "día del Señor".
A este lenguaje pertenece la descripción de fenómenos cósmicos: esta vez el sol y la luna y las estrellas que pierden su cualidad principal, la luz, que es lo que también cuenta en primer lugar el Génesis como efecto del primer día de la creación del mundo. Es un lenguaje que imitan espectacularmente ciertas películas catastrofistas.
Esta descripción, en labios de Jesús, no quiere ser angustioso, sino precisamente lo contrario, esperanzador, porque inmediatamente dice que veremos "venir al Hijo del hombre sobre las nubes (símbolo de la divinidad) con gran poder y majestad", y él viene a salvar.
Ahora bien, lo que preocupaba a sus oyentes era sobre todo "cuándo" sucederá todo eso. La respuesta de Jesús, en la versión de Marcos, es misteriosa y un tanto enigmática. Por una parte, con la parábola o comparación de la higuera que, cuando sus ramas "se ponen tiernas y brotan sus yemas", anuncian el verano, dice que "no pasará esta generación antes que todo se cumpla". Pero en el anuncio que hacía, aunque no lo hemos leído completo, estaba incluida también la destrucción de Jerusalén, que en efecto sucedió el año 70, por Vespasiano y Tito. ¿Se refiere ese "todo" a ese final de Jerusalén o también a su Parusía o venida gloriosa como Juez déla humanidad? Las primeras generaciones se ve que tenían la convicción de que esta venida era inminente. Por otra parte, el mismo Jesús dice que "el día y la hora nadie lo sabe... sólo el Padre".
Sea cual sea la interpretación que hay que dar a este anuncio de proximidad del final, lo que sí es seguro lo que añade a continuación: "el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". Como proclamamos en el Credo: "desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos".
Es bueno mirar al futuro
Es bueno que miremos al futuro, que nuestra vida esté orientada hacia nuestro encuentro con ese Jesús que es Salvador y será también nuestro Juez.
Nuestra vida es como una peregrinación. El que peregrina tiene siempre en cuenta, no sólo por dónde va, sino también a dónde se dirige, cuál es la meta de su viaje. Igual que un deportista mira desde el comienzo a la meta. Igual que un estudiante tiene la mirada puesta en el examen final.
Todo este discurso de Jesús nos quiere urgir a la vigilancia, a la confianza, al trabajo. No pretende tanto describir el futuro, sino darnos consignas serias para el presente. El versículo inmediatamente anterior al pasaje de hoy nos invita precisamente a la vigilancia: empezamos por el v. 24, pero el v. 23 dice: "vosotros estad sobre aviso".
Lo importante no es saber "cuándo" y "cómo" sucederán estas cosas del final, ni para el cosmos ni para la humanidad ni para cada uno de nosotros. Sino estar preparados para que, cuando suceda, nos encuentre el Señor dignos de ser admitidos en su Reino. Las cosas que sucederán al final del mundo, o en el momento de nuestra muerte, ya nos están sucediendo día a día. Nuestro futuro está ya en nosotros, en el camino que estamos llevando.
Podemos mirar con respeto y miedo a ese Cristo glorioso que viene a juzgar a todos los pueblos. Pero también podemos contemplarlo con confianza: el que vendrá como Juez es el mismo en quien creemos, a quien escuchamos, a quien intentamos seguir, a quien recibimos en la Eucaristía. Estas lecturas no quieren llenarnos de angustia, sino que nos están anunciando la victoria y la salvación. Eso sí, invitándonos a la vigilancia y a la seriedad en nuestro camino. Para que estemos siempre preparados al encuentro con él, sea cuando sea.
Cuando celebramos la Eucaristía, se nos va educando a tener esta mirada hacia el futuro. El sacerdote dice que la comunidad eclesial es "peregrina en la tierra" y le pide a Dios, en nombre de todos, que nos libre de todo mal "mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo".
La comunidad, inmediatamente después de las palabras de la consagración, aclama a Cristo diciendo que anunciamos su muerte y proclamamos su resurrección (esa es la mirada hacia el "ayer" de la Pascua) y añadimos: "ven, Señor Jesús", que es nuestra mirada al futuro. Exactamente lo que decía Pablo a los Corintios: "cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, proclamáis la muerte del Señor hasta que venga" (1Co 11,26).
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La venida del Hijo del hombre
Es ciertamente impresionante el lenguaje con el que Jesús -en el pasaje de hoy y en otros paralelos- describe el final de la historia. Es un lenguaje tomado del género literario "apocalíptico" y "escatológico", con el que tanto los profetas del AT como en general la literatura rabínica de la época describen el futuro y la llegada del "día del Señor".
A este lenguaje pertenece la descripción de fenómenos cósmicos: esta vez el sol y la luna y las estrellas que pierden su cualidad principal, la luz, que es lo que también cuenta en primer lugar el Génesis como efecto del primer día de la creación del mundo. Es un lenguaje que imitan espectacularmente ciertas películas catastrofistas.
Esta descripción, en labios de Jesús, no quiere ser angustioso, sino precisamente lo contrario, esperanzador, porque inmediatamente dice que veremos "venir al Hijo del hombre sobre las nubes (símbolo de la divinidad) con gran poder y majestad", y él viene a salvar.
Ahora bien, lo que preocupaba a sus oyentes era sobre todo "cuándo" sucederá todo eso. La respuesta de Jesús, en la versión de Marcos, es misteriosa y un tanto enigmática. Por una parte, con la parábola o comparación de la higuera que, cuando sus ramas "se ponen tiernas y brotan sus yemas", anuncian el verano, dice que "no pasará esta generación antes que todo se cumpla". Pero en el anuncio que hacía, aunque no lo hemos leído completo, estaba incluida también la destrucción de Jerusalén, que en efecto sucedió el año 70, por Vespasiano y Tito. ¿Se refiere ese "todo" a ese final de Jerusalén o también a su Parusía o venida gloriosa como Juez déla humanidad? Las primeras generaciones se ve que tenían la convicción de que esta venida era inminente. Por otra parte, el mismo Jesús dice que "el día y la hora nadie lo sabe... sólo el Padre".
Sea cual sea la interpretación que hay que dar a este anuncio de proximidad del final, lo que sí es seguro lo que añade a continuación: "el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". Como proclamamos en el Credo: "desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos".
Es bueno mirar al futuro
Es bueno que miremos al futuro, que nuestra vida esté orientada hacia nuestro encuentro con ese Jesús que es Salvador y será también nuestro Juez.
Nuestra vida es como una peregrinación. El que peregrina tiene siempre en cuenta, no sólo por dónde va, sino también a dónde se dirige, cuál es la meta de su viaje. Igual que un deportista mira desde el comienzo a la meta. Igual que un estudiante tiene la mirada puesta en el examen final.
Todo este discurso de Jesús nos quiere urgir a la vigilancia, a la confianza, al trabajo. No pretende tanto describir el futuro, sino darnos consignas serias para el presente. El versículo inmediatamente anterior al pasaje de hoy nos invita precisamente a la vigilancia: empezamos por el v. 24, pero el v. 23 dice: "vosotros estad sobre aviso".
Lo importante no es saber "cuándo" y "cómo" sucederán estas cosas del final, ni para el cosmos ni para la humanidad ni para cada uno de nosotros. Sino estar preparados para que, cuando suceda, nos encuentre el Señor dignos de ser admitidos en su Reino. Las cosas que sucederán al final del mundo, o en el momento de nuestra muerte, ya nos están sucediendo día a día. Nuestro futuro está ya en nosotros, en el camino que estamos llevando.
Podemos mirar con respeto y miedo a ese Cristo glorioso que viene a juzgar a todos los pueblos. Pero también podemos contemplarlo con confianza: el que vendrá como Juez es el mismo en quien creemos, a quien escuchamos, a quien intentamos seguir, a quien recibimos en la Eucaristía. Estas lecturas no quieren llenarnos de angustia, sino que nos están anunciando la victoria y la salvación. Eso sí, invitándonos a la vigilancia y a la seriedad en nuestro camino. Para que estemos siempre preparados al encuentro con él, sea cuando sea.
Cuando celebramos la Eucaristía, se nos va educando a tener esta mirada hacia el futuro. El sacerdote dice que la comunidad eclesial es "peregrina en la tierra" y le pide a Dios, en nombre de todos, que nos libre de todo mal "mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo".
La comunidad, inmediatamente después de las palabras de la consagración, aclama a Cristo diciendo que anunciamos su muerte y proclamamos su resurrección (esa es la mirada hacia el "ayer" de la Pascua) y añadimos: "ven, Señor Jesús", que es nuestra mirada al futuro. Exactamente lo que decía Pablo a los Corintios: "cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, proclamáis la muerte del Señor hasta que venga" (1Co 11,26).
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