En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.
Os aseguro además que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
REFLEXIÓN:
Jesucristo nos ha convertido en hermanos mediante su cruz, haciéndonos hijos de Dios. De modo que la interacción entre los cristianos tiene que ser una relación entre miembros de una familia que se cuidan y protegen al participar juntos en el proyecto de alcanzar un bien común, el mejor de todos: la vida eterna. Alcanzar esa salvación implica peregrinar en la tierra como pueblo de Dios, siendo parte de la comunidad fundada por Jesús: la Iglesia.
En ese caminar acontecen caídas y desvíos, que se manifiestan como ofensas o pecados, de miembros de la comunidad. Es aquí donde entra la corrección fraterna como un elemento importante en la relación entre los miembros de una comunidad.
La corrección es una herramienta de dos vías que debe ser empleada oportunamente para evitar empeoramiento de situaciones indeseables: por un lado, debemos corregir al hermano tan pronto sea necesario y prudente, y por el otro lado, debemos estar dispuestos a nosotros mismos ser corregidos por los demás.
Todos somos responsables de la salvación de los otros, principalmente de aquellos cercanos a nosotros que forman parte de la pequeña comunidad de fe con la que nos relacionamos, de nuestro grupo de oración, del grupo pastoral con el que colaboramos, de la parroquia, etc. Es que el cristiano no puede vivir una fe como si él fuese un cangrejo ermitaño; es decir, intentando salvarse a sí mismo pero de un modo aislado y en solitario, siendo completamente indiferente al comportamiento de su hermano.
La corrección debe ser efectuada amorosamente y con cuidados, sin ánimo de humillar ni ofender. La primera etapa es, en muchos casos, suficiente: "Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos"; una pronta y adecuada corrección que se nos hace debe conducirnos a reconocer y procurar enmendar nuestra falta. Una segunda etapa requeriría la intervención de otras personas, a modo de ayuda persuasiva especializada (testigos, según el lenguaje del libro del Deuteronomio). Sólo como medida extrema se plantea el excluir de la comunidad al que ha cometido la falta, que mas bien sería una auto exclusión en caso de una postura de no enmienda que asumiese el amonestado. En todos los casos, Jesús da a la comunidad la potestad, ya dada anteriormente a Pedro, de atar y desatar en su nombre, lo cual implica excluir y reintegrar a la comunidad.
El Señor nos garantiza la eficacia del poder de la oración comunitaria cuando es efectuada en su nombre ("Os aseguro además que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo..."). Es ese poder que tenemos que emplear para que nuestros ruegos sean escuchados por el Padre, pidiendo discernimiento, pureza de intención y la acción del Espíritu Santo antes de efectuar la corrección fraterna, para que ésta cumpla el objetivo procurado: salvar al hermano y que éste no se pierda.
Finalmente, en el texto del pasaje bíblico citado, Jesús nos señala que cuando dos o mas nos reunimos en su poderoso nombre, podemos tener la absoluta certeza de la presencia del Hijo de Dios en medio de la comunidad que le invoca.
El Señor se hace presente en su Iglesia cada vez que ésta se reúne en torno a él. Cuando oramos reunidos como comunidad creyente y cuando participamos en la administración de los Sacramentos de la Iglesia, sobre todo en la Eucaristía, ahí se encuentra Jesús presente en medio de nosotros, confortándonos, llenándonos de su gracia y dándonos su paz.
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En ese caminar acontecen caídas y desvíos, que se manifiestan como ofensas o pecados, de miembros de la comunidad. Es aquí donde entra la corrección fraterna como un elemento importante en la relación entre los miembros de una comunidad.
La corrección es una herramienta de dos vías que debe ser empleada oportunamente para evitar empeoramiento de situaciones indeseables: por un lado, debemos corregir al hermano tan pronto sea necesario y prudente, y por el otro lado, debemos estar dispuestos a nosotros mismos ser corregidos por los demás.
Todos somos responsables de la salvación de los otros, principalmente de aquellos cercanos a nosotros que forman parte de la pequeña comunidad de fe con la que nos relacionamos, de nuestro grupo de oración, del grupo pastoral con el que colaboramos, de la parroquia, etc. Es que el cristiano no puede vivir una fe como si él fuese un cangrejo ermitaño; es decir, intentando salvarse a sí mismo pero de un modo aislado y en solitario, siendo completamente indiferente al comportamiento de su hermano.
La corrección debe ser efectuada amorosamente y con cuidados, sin ánimo de humillar ni ofender. La primera etapa es, en muchos casos, suficiente: "Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos"; una pronta y adecuada corrección que se nos hace debe conducirnos a reconocer y procurar enmendar nuestra falta. Una segunda etapa requeriría la intervención de otras personas, a modo de ayuda persuasiva especializada (testigos, según el lenguaje del libro del Deuteronomio). Sólo como medida extrema se plantea el excluir de la comunidad al que ha cometido la falta, que mas bien sería una auto exclusión en caso de una postura de no enmienda que asumiese el amonestado. En todos los casos, Jesús da a la comunidad la potestad, ya dada anteriormente a Pedro, de atar y desatar en su nombre, lo cual implica excluir y reintegrar a la comunidad.
El Señor nos garantiza la eficacia del poder de la oración comunitaria cuando es efectuada en su nombre ("Os aseguro además que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo..."). Es ese poder que tenemos que emplear para que nuestros ruegos sean escuchados por el Padre, pidiendo discernimiento, pureza de intención y la acción del Espíritu Santo antes de efectuar la corrección fraterna, para que ésta cumpla el objetivo procurado: salvar al hermano y que éste no se pierda.
Finalmente, en el texto del pasaje bíblico citado, Jesús nos señala que cuando dos o mas nos reunimos en su poderoso nombre, podemos tener la absoluta certeza de la presencia del Hijo de Dios en medio de la comunidad que le invoca.
El Señor se hace presente en su Iglesia cada vez que ésta se reúne en torno a él. Cuando oramos reunidos como comunidad creyente y cuando participamos en la administración de los Sacramentos de la Iglesia, sobre todo en la Eucaristía, ahí se encuentra Jesús presente en medio de nosotros, confortándonos, llenándonos de su gracia y dándonos su paz.
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