Me refiero a Jesús, el salvador, y al momento del arranque de su prédica evangélica; porque como se había profetizado (Isaías 9,1): "El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz: sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz". Y no es una luz cualquiera, ni tan sólo una luz; es la verdadera Luz, la luz salvadora portadora de la Verdad.
Luego de encarnarse, al asumir la naturaleza humana se dirige a los "comunes", a los sencillos; y en la cultura de la región geográfica que se seleccionó para este acontecimiento ubica a laboriosos hombres que estén dispuestos a asumir un nuevo papel en el desarrollo de su vida. Eran sencillos hombres de actividades manuales, en su mayoría. Los primeros eran pescadores. La invitación es a abandonar sus ocupaciones y a seguirlo asumiendo una nueva función: ser pescadores de hombres.
Esa Luz continúa y continuará brillando por siempre; y se requiere que los seres humanos de cada época sigan contribuyendo a mostrar su esplendor. Quiere Dios que también nosotros, que lamentablemente con nuestros pecados hemos contribuído a apagar algunas extensiones de luces y a alejar a algunos de los peces procurados, seamos partícipes de la novedad reivindicadora de la salvación de la humanidad en Cristo Jesús, salvador y redentor nuestro.
Nuestra aceptación, como la de aquellos primeros, habrá de ser hoy vista con agrado por el Padre del cielo, pero tiene que ser como la de ellos: decidida e inmediata, y sin importar lo que haya de ser dejado a un lado o detrás. Digamos, pues, sí a esta invitación y participemos de un nuevo arranque evangelizador convirtiéndonos en espejos de la luz de Cristo y en pescadores de hombres; poniendo en manos del Señor nuestro empeño sin buscar excusas como limitadas capacidades o falta de tiempo, y mas bien respondamos con una mejorada forma de ser y de actuar. Que así sea.