(Texto de san Hilario de Poitiers)
Yo te he glorificado sobre la tierra, he coronado la obra que me encomendaste. Toda la gloria del Padre viene del Hijo, pues todas las cosas en que fuere alabado el Hijo redundarán en gloria del Padre. En efecto, el Hijo hace todo lo que quiere el Padre. El Hijo de Dios nace hombre, pero en el parto de la Virgen está la fuerza de Dios. El Hijo de Dios es visto como hombre, pero en las obras del hombre está presente Dios. El Hijo de Dios es crucificado, pero en la cruz Dios vence la muerte del hombre. Muere Cristo, el Hijo de Dios, pero en Cristo todo hombre es vivificado. El Hijo de Dios desciende a los infiernos, mientras el hombre es conducido al cielo. Cuanto más se alabaren estos triunfos de Cristo, tanta más alabanza reportará aquel por quien Cristo es Dios.
Así pues, de todos estos modos glorifica el Padre al Hijo sobre la tierra; y a la inversa, el Hijo glorifica con las obras de sus virtudes a aquel de quien procede, ante la ignorancia de los paganos y la estulticia del siglo. En realidad, este intercambio de glorificación no cede en provecho de la divinidad, sino en aquel honor que se derivaba del conocimiento de los ignorantes. En efecto, ¿de qué no andaba sobrado el Padre, de quien proceden todas las cosas? ¿O de qué podía estar falto el Hijo, en quien quiso Dios que residiera toda la plenitud? Por consiguiente, es glorificado el Padre sobre la tierra, porque ha coronado la obra que le encomendó.
Veamos cuál es la glorificación que el Hijo espera del Padre, y pasamos a otro tema. Y ahora, Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti antes que el mundo existiese. He manifestado tu nombre a los hombres. Por tanto, el Padre es glorificado con las obras del Hijo: al ponerse de manifiesto que es Dios, al aparecer como Padre del Dios unigénito, al determinar que, para nuestra salvación, su Hijo naciera incluso de una Virgen, en cuya pasión reciben su pleno cumplimiento todos los mecanismos que se pusieron en marcha con el parto de la Virgen.
Así pues, como quiera que el Hijo de Dios es absolutamente perfecto y nacido, antes de la aurora de los tiempos, en la plenitud de la divinidad, ahora, hombre desde el momento de su encarnación, era consumado hasta la muerte. Pide ser glorificado cerca de Dios, lo mismo que él había glorificado