De "Las etapas de la vida" por el padre Romano Guardini, académico, sacerdote y teólogo italiano (1885-1968)
El problema del envejecimiento consiste en que la persona lo acepte, comprenda su sentido y lo haga realidad. Pero aún hay que añadir otra cosa: es mucho lo que depende de que también la sociedad acepte por su parte la vejez y le reconozca honrada y amablemente el derecho a la vida que le corresponde.
Hoy día observamos por todas partes el fenómeno de que sólo se considera como valiosa para el hombre la vida joven, mientras que la edad avanzada se ve como un proceso de decadencia y descomposición.
Hoy día observamos por todas partes el fenómeno de que sólo se considera como valiosa para el hombre la vida joven, mientras que la edad avanzada se ve como un proceso de decadencia y descomposición.
¿No encuentra este fenómeno su fiel reflejo en el hecho de que cada vez hay menos personas mayores que tengan realmente conciencia de que pueden dar un sentido a su existencia? ¿No son cada uno de esos dos hechos la condición del otro? ¿Y no producen ambos, pese al constante crecimiento del poder y de las capacidades prácticas, una extraña y peligrosa inmadurez en el conjunto de la vida actual?
Se habla mucho y con preocupación de la creciente proporción de personas mayores dentro de la población total, pero todavía no he encontrado a nadie que se pregunte si lo verdaderamente preocupante no consistirá en que hoy día la persona mayor carece de auténticas funciones en el todo, y ello porque no comprende qué
sentido pueda tener su propia existencia. Es entonces cuando no es más que una carga para la familia, la sociedad y el Estado.
Es mucho lo que depende, también desde los puntos de vista cultural y social, de que se comprenda qué papel tiene la persona que envejece en el contexto global de la sociedad; de que se supere el peligroso infantilismo que lleva a pensar que la vida joven es la única que tiene valor para el hombre; de que nuestra imagen de la existencia contenga la fase de la vejez como un elemento valioso, y de que de esa forma se complete el arco de la vida, sin limitarlo a un fragmento de él rechazando todo el resto como algo carente de todo interés.
Pero ¿de qué sirven todas las disciplinas gerontológicas de la medicina y todos los cuidados de la previsión social, si al mismo tiempo la persona mayor misma no toma conciencia del sentido que encierra su propia vida? Si no lo hace, únicamente se conserva su vida en sentido biológico y ella no es, tanto para sí misma como para su entorno, más que una carga.
Pero de ahí se sigue también la consecuencia de que la sociedad debe dar a la persona que envejece la posibilidad de que lo haga de la forma correcta, pues ello no depende de la persona mayor misma más que en una parte, y por lo demás está en función de que su entorno, su familia y su círculo de amistades, pero también la sociedad, los distintos estamentos públicos y el Estado la rodeen de las condiciones de vida que esa persona no puede darse a sí misma.
Si sucede esto, y encuentra correspondencia en la voluntad de la propia persona que envejece de hacer bien lo que está de su parte, surge una relación indispensable para el todo.
Una conciencia colectiva en la cual la vejez no posea el sentido que le es propio ni la posibilidad de hacer real ese sentido descansa sobre bases falsas. Perderá plenitud vital y saber, y sufrirá distorsiones de la capacidad de juzgar que se harán notar de las formas más dispares.
También a este respecto los decenios pasados deberían servir de enseñanza a todo el que tenga ojos en la cara y el corazón en su sitio.