El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y entrando no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas por esto, se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes. Ellas, despavoridas, miraban al suelo, y ellos les dijeron:
-¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado. Acordaos de lo que os dijo estando todavía en Galilea: «El Hijo del Hombre tiene que ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar».
Recordaron sus palabras, volvieron del sepulcro y anunciaron todo esto a los Once y a los demás. María Magdalena, Juana y María la de Santiago, y sus compañeras contaban esto a los Apóstoles. Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron.
(Pedro se levantó y fue corriendo al sepulcro. Asomándose vio sólo las vendas por el suelo. Y se volvió admirándose de lo sucedido.)
REFLEXIÓN (de la homilía del Papa Juan Pablo II del 14 de abril de 2001):
"¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado".
Estas palabras de dos hombres "con vestidos resplandecientes" refuerzan la confianza en las mujeres que acudieron al sepulcro, muy de mañana. Habían vivido los acontecimientos trágicos culminados con la crucifixión de Cristo en el Calvario; habían experimentado la tristeza y el extravío. No habían abandonado, en cambio, en la hora de la prueba, a su Señor.
Van a escondidas al lugar donde Jesús había sido enterrado para volverlo a ver todavía y abrazarlo por última vez. Las empuja el amor; aquel mismo amor que las llevó a seguirlo por las calles de Galilea y Judea hasta al Calvario.
¡Mujeres dichosas! No sabían todavía que aquella era el alba del día más importante de la historia. No podían saber que ellas, justo ellas, habían sido los primeros testigos de la resurrección de Jesús.
"Encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro".
Así lo narra el evangelista Lucas, y añade que, "entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús". En un instante todo cambia. Jesús "no está aquí, ha resucitado." Este anuncio que cambió la tristeza de estas piadosas mujeres en alegría, resuena con inalterada elocuencia en la Iglesia, en el curso de esta Vigilia pascual.
Extraordinaria Vigilia de una noche extraordinaria. Vigilia, madre de todas las Vigilias, durante la que la Iglesia entera permanece en espera junto a la tumba del Mesías, sacrificado en la Cruz. La Iglesia espera y reza, escuchando las Escrituras que recorren de nuevo toda historia de la salvación.
Pero en esta noche no son las tinieblas las que dominan, sino el fulgor de una luz repentina, que irrumpe con el anuncio sobrecogedor de la resurrección del Señor. La espera y la oración se convierten entonces en un canto de alegría: "Exultet iam angelica turba caelorum... Exulte el coro de los Ángeles"!.
Se cambia totalmente la perspectiva de la historia: la muerte da paso a la vida. Vida que no muere más. Enseguida cantaremos en el Prefacio que Cristo "muriendo destruyó la muerte y resucitando restauró la vida." He aquí la verdad que nosotros proclamamos con palabras, pero sobre todo con nuestra existencia. Aquel que las mujeres creían muerto está vivo. Su experiencia se convierte en la nuestra.
¡Oh Vigilia penetrada de esperanza, que expresas en plenitud el sentido del misterio! ¡Oh Vigilia rica en símbolos, que manifiestas el corazón mismo de nuestra existencia cristiana! Esta noche todo se resume prodigiosamente en un nombre, el nombre de Cristo resucitado.
Oh Cristo, ¿cómo no darte las gracias por el don inefable que nos regalas esta noche? El misterio de tu muerte y tu resurrección se infunde en el agua bautismal que acoge al hombre antiguo y carnal y lo hace puro con la misma juventud divina.
Éste es el día que ha hecho el Señor: regocijémonos y exultemos de alegría." ¡Alleluya!
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