A Cristo en la cruz

(Del poeta español Lope de Vega (1562-1635))
¿Quién es aquel Caballero 
herido por tantas partes, 
que está de expirar tan cerca, 
y no le socorre nadie?

«Jesús Nazareno» dice 
aquel rétulo notable. 
¡Ay Dios, que tan dulce nombre 
no promete muerte infame!

Después del nombre y la patria, 
Rey dice más adelante, 
pues si es rey, ¿cuándo de espinas 
han usado coronarse?

Dos cetros tiene en las manos, 
mas nunca he visto que claven 
a los reyes en los cetros 
los vasallos desleales.

Unos dicen que si es Rey, 
de la cruz descienda y baje; 
y otros, que salvando a muchos, 
a sí no puede salvarse.

De luto se cubre el cielo, 
y el sol de sangriento esmalte, 
o padece Dios, o el mundo 
se disuelve y se deshace.

Al pie de la cruz, María 
está en dolor constante, 
mirando al Sol que se pone 
entre arreboles de sangre.

Con ella su amado primo 
haciendo sus ojos mares, 
Cristo los pone en los dos, 
más tierno porque se parte.

¡Oh lo que sienten los tres! 
Juan, como primo y amante, 
como madre la de Dios, 
y lo que Dios, Dios lo sabe.

Alma, mirad cómo Cristo, 
para partirse a su Padre, 
viendo que a su Madre deja, 
le dice palabras tales:

Mujer, ves ahí a tu hijo 
y a Juan: Ves ahí tu Madre. 
Juan queda en lugar de Cristo, 
¡ay Dios, qué favor tan grande!

Viendo, pues, Jesús que todo 
ya comenzaba a acabarse, 
Sed tengo, dijo, que tiene 
sed de que el hombre se salve.

Corrió un hombre y puso luego 
a sus labios celestiales 
en una caña una esponja 
llena de hiel y vinagre.

¿En la boca de Jesús 
pones hiel?, hombre, ¿qué haces? 
Mira que por ese cielo 
de Dios las palabras salen.

Advierte que en ella puso 
con sus pechos virginales 
una ave su blanca leche 
a cuya dulzura sabe.

Alma, sus labios divinos, 
cuando vamos a rogarle, 
¿cómo con vinagre y hiel 
darán respuesta süave?

Llegad a la Virgen bella, 
y decirle con el ángel: 
«Ave, quitad su amargura, 
pues que de gracia sois Ave».

Sepa al vientre el fruto santo, 
y a la dulce palma el dátil; 
si tiene el alma a la puerta 
no tengan hiel los umbrales.

Y si dais leche a Bernardo, 
porque de madre os alabe, 
mejor Jesús la merece, 
pues Madre de Dios os hace.

Dulcísimo Cristo mío, 
aunque esos labios se bañen 
en hiel de mis graves culpas, 
Dios sois, como Dios habladme.

Habladme, dulce Jesús, 
antes que la lengua os falte, 
no os desciendan de la cruz 
sin hablarme y perdonarme.