Porque en dura travesía
era un flaco peregrino,
el Señor, que lo veía,
hizo llano mi camino.
Porque agonizaba el día
y era cobarde el viajero,
el Señor, que lo veía,
hizo corto mi sendero.
Porque la melancolía
sólo marchaba a mi vera,
el Señor, que lo veía,
me mandó una compañera.
Y porque era la alma mía
la alma de las mariposas,
el Señor, que lo veía,
a mi paso sembró rosas.
Y es que sus manos sedeñas
hacen las cuentas cabales
y no mandan grandes males
para las almas pequeñas.