Dios mismo es una comunión de amor,
y nos incorpora a su vida familiar.
Lo humano cuando se vuelve inhumano
desconcierta las alas de la vida.
Todo se reduce a nada en esta huida
de perder el alma como un gusano.
Se somete el amor a lo mundano,
a una descarga de pasión fingida,
donde la comunión está perdida,
y la carga de abrazos es en vano.
Así termina descorazonado
el latido que busca hacerse verso
y no halla corazón enamorado.
Porque amar es donarse sin reverso,
darse hasta fundirse, sentirse amado,
ser uno en la unidad del universo.