De san Agustín
No llores si me amas.
¡Si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo!
¡Si pudieras oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos!
¡Si pudieras ver desarrollarse ante tus ojos los horizontes,
los campos y los nuevos senderos que atravieso!
¡Si por un instante pudieras contemplar como yo la belleza ante la cual las bellezas palidecen!
¡Cómo!
¿Tú me has visto, me has amado en el país de las sombras y no te resignas a verme y amarme en el país de las inmutables realidades?
Créeme.
Cuando la muerte venga a romper las ligaduras como ha roto las que a mí me encadenaban;
cuando llegue el día que Dios ha fijado y conoce,
y tu alma venga a este cielo en el que te ha precedido la mía.
Ese día volverás a verme.
Sentirás que te sigo amando,
que te amé,
y encontrarás mi corazón con todas sus ternuras purificadas.
Volverás a verme en transfiguración,
en éxtasis feliz.
Ya no esperando la muerte,
sino avanzando conmigo,
que te llevaré de la mano por los senderos nuevos de luz y vida.
Enjuga tu llanto y no llores si me amas.